Vivimos en un mundo en el que dependemos mutuamente el uno del otro, del entorno y de nuestro mundo interno, algo que se denomina interdependencia o interconexión. Nos cuesta aceptar esta interdependencia, pero pensemos en esto: nacemos y somos completamente dependientes de nuestro cuidador, quien, influye en gran medida nuestras tendencias de por vida para regular la activación fisiológica y afectos. Y no solo nos es difícil aceptar esta interdependencia, sino también nuestras emociones, pensando que desconectándonos de ellas simplemente se irán. El desafío es aceptar nuestra interdependencia y nuestras emociones para lograr la compasión que apunta al bienestar del resto y, en consecuencia, propio.
La interdependencia tiene un impacto directo en nosotros y si tomamos una conciencia emocional al respecto podríamos vivir en una sociedad más armoniosa y sana. Sin embargo, para esto debemos considerar nuestro mundo interno, vale decir, nuestras sensaciones, sentimientos, emociones, pensamientos, percepciones, ideas, deseos como parte integral de esta red de interdependencia, en la que el mundo externo e interno están constantemente influyendo en el otro para modelar y crear nuestro entorno. Se suele hablar teóricamente sobre esta interdependencia, no obstante, se necesita una comprensión emocional para darnos cuenta de que la felicidad que todos buscamos individualmente se conecta con la felicidad del resto; al igual que el sufrimiento. Todo lo que nos rodea y lo que está dentro de nosotros da cuenta de la interdependencia: la silla en la que se sienta usted la armaron otras personas, el O2 que inhala se lo debe a las plantas gracias al CO2 que exhala, su cuerpo es una mezcla genética de sus papás e incluso su mundo interno es fruto de un contexto cultural y familiar, donde el apego sería fundamental. Así, la interdependencia implica causalidad y es aquí donde nos damos cuenta de que nuestra felicidad depende de otros y viceversa, lo que trae como consecuencia mayor empatía y compasión, dado que todos buscan felicidad de manera íntegra y no superficialmente, la cual no es posible alcanzarla por medios individuales. Reconociendo esta perspectiva se nos facilitaría hacernos responsables de nuestras acciones, evitando el malestar del resto dentro de lo que está en nuestras manos.
En cuanto a la aceptación y conexión con las emociones, al observarlas tal cual se nos presentan, sin juzgarlas ni reprimirlas, podemos notar que no tienen realmente una existencia sólida y nuestros conceptos o juicios hacia ellas la tienen. La meditación y psicoterapia contribuyen a este trabajo para mejorar la regulación de nuestras emociones y actuar con claridad. La meditación nos enseña a relacionarnos con las emociones desnudas, dejando fuera los conceptos, contenido, significado, etc. Nos invita a abrirnos a la experiencia y simplemente estar presentes, se trata de sentirla, verla directamente y liberarnos de dicha emoción. Solemos sentir que las emociones nos atrapan, pero ¿cómo algo que no tiene solidez nos puede atrapar? Lo que realmente nos atrapa son nuestros pensamientos respecto a lo que sentimos y eso no es sentir realmente. En el afán de separar las emociones de nuestro “yo” le damos dominio a ellas porque pensamos en ellas como si fueran objeto separado de nosotros, entonces mientras más se conceptualiza o juzga la emoción, más intensa se vuelve; pero solo al sentirlas y aceptarlas tal como son podemos dominarlas. Por otro lado, la psicoterapia trabaja con los patrones arraigados en nosotros que contribuyen a este embrollo emocional, desempacando las sensaciones sentidas en el cuerpo que nos revelan significados y nuevas formas de relacionarnos con la situación.
La clave para la compasión y bienestar de todos es tener una conciencia emocional de la interdependencia y de la vivencia de las emociones. Se trata de aceptar que no somos un “yo aislado” y debemos hacernos responsables de nuestras acciones porque afectamos nuestro mundo interior y exterior. Más que empatizar, es compadecerse, vale decir, ponerse en el lugar del otro y tomar acciones para mejorar sus condiciones, porque no hay felicidad propia sin el otro.
